viernes, 3 de mayo de 2013

Páez, un Rey sin corona.-


    Emmanuel P. González Espinal.-

Así como la pampa argentina creó al militar y político Juan Facundo Quiroga (1.793—1.835) y luego inmortalizado por Domingo Faustino Sarmiento en su conocida obra literaria “Facundo”, Páez es el tipo representativo de los llanos de Venezuela. El llanero es el hombre apenas civilizado, “bravo como sus toros, violento como su caballo”, suspicaz, ávido de paisaje y de emociones, dispuesto siempre a jugarse la vida y el destino sin ternura, voluptuoso y heroico, desprendido e individualista. “Del beduino ha tomado el orgullo y el sentido nómada, del andaluz la jactancia y del negro el gozo”. Y como canta la copla llanera: “Sobre mi caballo yo y sobre yo, mi sombrero”.

     Me permito ahora agregar como yaracuyano de crianza en este modesto trabajo dedicado al “Centauro de los llanos” que el héroe de las Queseras heredó también su bravura de los indios Jirajaras del Yaracuy florido y que poco se conoce y habla. Páez llegó desde muy niño a la tierra indómita de los Jirajaras yaracuyanos. Allí creció y pasó su adolescencia hasta hacerse hombre adulto. Y luego por cuestiones del destino se vio envuelto entre Yaritagua  y  Sabana de Parra en un encuentro armado cuando unos delincuentes trataban de quitarle el dinero que  portaba, viéndose obligado a defenderse y matar a uno de sus adversarios y no le quedó otra solución para evadir el posible castigo judicial que salir huyendo a ese mundo sin leyes como era la región llanera de ese entonces ( Veamos mejor ya al final de este trabajo, la narración de este pasaje heroico que nos narra el mismísimo General José Antonio Páez en su AUTOBIOGRAFÍA ).

     Así recoge el Himno del Estado Yaracuy,  la intrepidez de nuestros indios Jirajaras.
                           
                             Mientras riegues mis valles el río
                                    Yaracuy que su nombre me ha dado,
                                    De la Unión Federal seré Estado
                                    Y mis pueblos tendrán su albedrío.
                                    Y si el ado fatal me obligara
                                    De la Patria a no izar la bandera
                                    Que perezca mi raza altanera
                                    Cual mi tribu inmortal Jirajara.

     Cifra y símbolo de esos dos grandes pueblos que libraron tantos gloriosos combates y que desde las bocas del río Yaracuy y del Orinoco hasta los páramos del Alto Perú llevaron el alegre pendón de la libertad.

                                     De Bolívar la fúlgida estrella
                                            Con denuedo mis hijos siguieron.
                                            Y mis fueros sagrados hubieron
                                            En aquella sangrienta epopeya.
                                            Persiguiendo al audaz español,
                                            Mil guerreros en triunfo llegaron
                                            Al Perú que también libertaron,
                                            Donde tuvo su templo El Sol.

          Fue José Antonio Páez, mestizo genial, de ojos pardos, pelo rubio, gruesos labios, anchos hombros y de poca altura y reconocido en su tiempo de guerrero como la mejor lanza venezolana.(del mundo, dijo Bolívar).

     Nacido en el corazón de los llanos y criado en la tierra bravía yaracuyana de los indios Jirajaras  toma de ellas su valentía y la audacia. Y del inhóspito paisaje llanero le llega el amor a la existencia nómada, al peligro y al azar. Del llanero también tuvo esa vigilante suspicacia que se convertiría, durante los años presidenciales, en consumada habilidad política. Cautela y desconfianza, fecundidad en ardides, presteza al concebir, resolución al ejecutar, cualidades que le valieron autoridad y éxitos como jefe de guerreros, y más tarde como Presidente de la República.

     Páez es después de Bolívar, la primera figura de Venezuela, con la circunstancia de que el Libertador, por su genio y su obra, es un personaje que desborda al país natal y pertenece a toda América y al mundo entero. En tanto que Páez es el arquetipo de la disgregación de La Gran Colombia y de la creación de la Tercera República, el que echa las bases de ese nuevo Estado, el que le fija su personalidad oligárquica..

     Páez le permitió a la oligarquía que actuara a su antojo, o como dijo el mismo Gil Fortoul, despachó a modo de una Monarquía Constitucional, es decir: la de un Rey sin corona  -- manda;  pero no gobierna --.
     En su AUTOBIOGRAFÍA (pag. 15 y16) J.A Páez, nos dice: “El 13 de junio de 1.790 nací en una muy modesta casita, a orilla del riachuelo Curpa cerca del pueblo de Acarigua… Tenía ya ocho años cuando ella (su madre María Violante Herrera) me mandó a la escuela de la señora Gregoria Díaz, en el pueblo de Guama ( Yaracuy) y allí aprendí los primeros rudimentos de una enseñanza demasiado circunscrita…  Mi cuñado me sacó de la escuela para llevarme a su tienda de mercería…  Con mi cuñado pasé algún tiempo hasta que un pariente nuestro, Domingo Páez, natural de Canaria, me llevó en compañía de mi hermano José de los Santos a la ciudad  de San Felipe (YARACUY), para darnos ocupación en sus negocios… Mi madre que vivía en el pueblo de Guama (Yaracuy) me llamó a su lado el año de  1.807 y por el mes de junio, me dio comisión de llevar cierto expediente sobre asunto de familia á un abogado que residía … cerca de Cabudare /Lara). Debía además conducir  una regular suma de dinero. Tenía yo entonces diez y siete años y me enorgullecía mucho con el encargo, tanto más cuanto que para el viaje se me proveyó con buena mula, una espada vieja, un par de pistolas de bronce  y doscientos pesos destinados a mis gastos personales. Acompañábame un peón… Ninguna novedad me ocurrió a la ida;  mas al volver a casa…  no tardó en presentarse, pues al pasar por el pueblo de Yaritagua (Yaracuy),  entré  en una tienda de ropa a pretexto de  comprar algo, y al pagar saqué sobre el mostrador cuanto dinero llevaba, sin reparar las personas que había presentes…  y seguí  viaje, entrando por el camino estrecho… de Mayurupí. No bien seguí avanzando… cuando a la izquierda del camino salió… un hombre alto a quien siguieron otros tres que se  abalanzaron a  cojerme  la mula por la brida. Apenas lo habían hecho cuando salté yo al suelo por el lado derecho pistola en mano. Joven si experiencia alguna de peligros… sin embargo,  me sentí animado de extraordinario arrojo… y en  propia defensa resolví venderles cara la vida. El que parecía jefe de los salteadores… tenía en una mano un machete y en la otra el garrote. Tal  vez creía que no me atrevería yo a dispararle, porque cuando le decía que se detuviera, no  hacía caso… cuando estábamos cosa de veinte varas distantes de sus compañeros, se me arrojó encima, tirándome una furiosa estocada con el machete. Sin titubear disparé el tiro… y (la bala)  la recibió en la ingle…  A las cuatro de la mañana llegué a casa sumamente preocupado y no comuniqué lo ocurrido a otra persona mas que a una de mis hermanas. Permanecí allí tranquilo por algunos días, hasta que principiaron a esparcirse rumores de que yo había sido el héroe de la escena del bosque. Entonces sin consultar a nadie, e inducido solamente por un temor pueril, resolví ocultarme y tomando el camino de Barinas, me interné hasta las tierras del Apure, donde deseando ganar la vida honradamente busqué servicio en clase de peón, ganando tres pesos por mes en el hato de la Calzada perteneciente a don Manuel Pulido”.

                                                                                                            emplugones@hotmail.com












                                   

          

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